sábado, 7 de julio de 2007

Para iniciar una conversacion

Dice Paulo Freire que es imposible enseñar sin la valentía de los que insisten mil veces antes de desistir y sin la capacidad de amar. Que potentes resultan esas palabras si pensamos que querer lo que se hace no es de perogrullo, puesto que fortalece el compromiso y evita el desaliento fácil ante las situaciones adversas. Creo poder señalar, sin temor a equivocarme, que los buenos profesores basan precisamente su capacidad de educar en el amor a la pedagogía y a la satisfacción que les produce su trabajo docente. Eso los diferencia radicalmente de quienes manifiestan que levantarse para ir a trabajar es un lastre difícil de acarrear. La mayoría de los profesores que hemos entrevistado manifiesta que desean ser felices y que sus estudiantes también lo sean. Esto puede tener varias consecuencias: el solo decirlo y no pasar de ser una frase emotiva -que no es el caso de los profesores investigados-, o detenerse a pensar qué significa ser feliz, observar el mundo en que vivimos, ponderar las condiciones que nos pueden hacer felices y comprender las consecuencias de nuestras acciones, entre otras. Al respecto, Habermas (2001) señala que, “La enseñanza y la mejora de ésta no puede reducirse a una mera competencia técnica o a unos parámetros asépticos. Lo que está en juego es algo más que el hecho de que los profesores se conviertan en profesionales concienzudos y reflexivos. La optimización de la docencia supone también un trabajo emocional”.
Las introspecciones de los buenos profesores muestran el ejercicio de una opción ética clara: cumplir bien su trabajo docente para que sus estudiantes aprendan de manera significativa. Nos enseñan que es posible ser optimistas a pesar de las dificultades, y que se pueden buscar las formas de hacer si no hay recursos. Las nuevas investigaciones, que aportan a la educación desde diversas disciplinas, no han revelado mucho más de lo que ya sabemos, esto es: que lo esencial para el aprendizaje son los vínculos afectivos, el sentido práctico, el trabajo comunitario, la relación con las necesidades y deseos, la confianza, y la solidaridad (Cfr. Casali, 2003).
Los buenos profesores no son necesariamente innovadores en todo, ya que realizan muchas prácticas tradicionales. Por ejemplo, una profesora entrevistada utiliza el libro de texto de manera convencional y prefiere el trabajo individual de sus estudiantes antes que en grupo. No obstante, media los contenidos del texto y promueve la participación y el debate. Esto nos muestra que el proceso educativo no es lineal, ni estático, ni siempre igual. ¿Por qué no integramos estos criterios en la formación inicial de profesores?. Lo que nos compete es dar nuevos significados a lo que ya conocemos, y como dice Mac Laren (1998) encontrar “con suma urgencia un nuevo lenguaje y una nueva visión pedagógica”.

2 comentarios:

Silvia López de Maturana Luna dijo...

Espero que este espacio y tiempo de reflexión sobre los buenos profesores contribuya a seguir tejiendo redes pedagógicas que nos acerquen en el diálogo y en la construcción sociocultural de la profesionalidad docente.

Arturo Galleguillos Trigo dijo...

Es necesario que el maestro esté siempre aprendiendo. Los buenos maestros no serán
necesariamente aquellos que más conocen la información teórica y táctica de una disciplina, sino los que permanentemente y de manera creativa estén incorporando a su trabajo docente la nueva información que se genera. El nuevo maestro que necesita la sociedad moderna debe ser un experto en aprender, no simplemente una persona con formación especializada en un área del conocimiento.
El buen maestro no es aquel que pretende que sus discípulos lo imiten. El maestro verdadero es el que alienta y estimula:
•la audacia de ser diferente
•el deseo de explorar lo desconocido
•el valor de disentir de las creencias y opiniones generalizadas
•las ganas de soñar otros mundos
•el conocimiento de sí mismo
•la lucha por la libertad
•el derecho a la felicidad
•la búsqueda de la belleza